Soy los trozos rotos que quedan
pegados a fuego para que no vuelvan a caerse,
los restos de los que se han ido,
los sueños de quienes aún no han llegado.
He visto mi vida hecha un desastre y las ganas irse,
pero me he levantado del suelo y sí,
he sabido volver a caminar por mi propio pie.
Tampoco he dejado de apoyarme cuando lo necesité.
No podéis seguir pensando eso de que
pedir ayuda es haber fracasado.
Hablo de aquello que he vivido y me ha dolido,
de lo que me cuentan cuando me miran a los ojos,
de lo que escriben aquellos que no tienen voz,
o aquellos que la esconden porque temen lo que puedan decir.
Piso los charcos sin miedo a mojarme los pies
porque nunca ha pasado que el sol no volviera a salir,
que siempre hay mantas calientes que quiten el frío.
Que llorar nunca fue el castigo de nada.
Que llorar es la cura para casi todas las heridas.
Llegará un día que deje de llover,
pero volverá a hacerlo más adelante.
Os quejáis de las espaldas que os da la vida,
y no hay nada mejor que dormirse sobre una.
Tenéis los dedos insensibilizados y no sabéis qué se siente
cuando acaricias tan suave que casi ni tocas,
que parece imán, que no puedes quitar la mano, que no quieres.
Que alguien no se mueva para que no dejes de hacerlo.
Tenéis miedo a que duela.
Como si no fuera necesario ese dolor.
Como si fuera posible eso de pasar sin él.
Si seguís evitando la lluvia,
nadie vendrá a resguardaros bajo su paraguas.
N*