lunes, 29 de diciembre de 2014

La libertad o la falta de cadenas


En un momento que presumimos de modernidad
de dejar atrás hábitos y costumbres retrógradas,
que nos jactamos de vivir una libertad ansiada
justo ahora, lloramos por unas cadenas
que no quieren amarrarnos.

Llevamos candados en los bolsillos
porque queremos ser de algo, de alguien
y saber que no estamos solos al final.
Que alguien llora cuando la cagamos
que alguien sueña con dormir a nuestro lado.

Pero nunca en alto.
Nunca admitido.
No vaya a ser que no seas…
que sepan que eres…

Ponemos guantes porque no tenemos quien nos caliente las manos
y ya nos duelen de frío. Y de soledad.

Caminamos con la cabeza alta y la bandera de la independencia
ondeando tras nuestros pasos.
Por delante vemos el vacío. Pero callando.

Guardamos lo que soñamos bajo una almohada
que está harta de ser la única compañera
en noches de vela, en inundaciones,
en terremotos.
En la más absoluta y escalofriante calma.

“No son buenos tiempos para los soñadores”.
Y qué razón.

N*

viernes, 19 de diciembre de 2014

Los sueños, ¿sueños son?


Anoche tuve un sueño y fue tan real
que me hizo temblar de frío entre tanto calor.
Que el calor de sus manos en mi espalda
apretando fuerte me hizo sentir arriba
y al mismo tiempo completamente abajo.

En lo más bajo,
en lo que caes cuando no hay más donde caer.
En el miedo a despertar.

Soñé y fue tan real que hasta el dolor era dolor,
pero no dolía. Acariciaba.

Soñé que se veían las estrellas,
había tan poca luz que se veían bien.
Luego desaparecieron, al despertar supongo.
Lo malo de los sueños es que se van
cuando la claridad viene.

Soñamos lo que queremos vivir
y pasa que, a veces, vivimos aquello que soñamos.
Pasa que a veces al despertar no sabes distinguir.

Cuando recuerdas un sueño,
¿se puede llamar recuerdo?
Cuando recuerdas la realidad soñada,
¿cómo llamamos a eso?
N*

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Saldrá el sol otro día


Soy los trozos rotos que quedan
pegados a fuego para que no vuelvan a caerse,
los restos de los que se han ido,
los sueños de quienes aún no han llegado.



He visto mi vida hecha un desastre y las ganas irse,
pero me he levantado del suelo y sí,
he sabido volver a caminar por mi propio pie.
Tampoco he dejado de apoyarme cuando lo necesité.
No podéis seguir pensando eso de que
pedir ayuda es haber fracasado.



Hablo de aquello que he vivido y me ha dolido,
de lo que me cuentan cuando me miran a los ojos,
de lo que escriben aquellos que no tienen voz,
o aquellos que la esconden porque temen lo que puedan decir.



Piso los charcos sin miedo a mojarme los pies
porque nunca ha pasado que el sol no volviera a salir,
que siempre hay mantas calientes que quiten el frío.
Que llorar nunca fue el castigo de nada.
Que llorar es la cura para casi todas las heridas.



Llegará un día que deje de llover,
pero volverá a hacerlo más adelante.



Os quejáis de las espaldas que os da la vida,
y no hay nada mejor que dormirse sobre una.



Tenéis los dedos insensibilizados y no sabéis qué se siente
cuando acaricias tan suave que casi ni tocas,
que parece imán, que no puedes quitar la mano, que no quieres.
Que alguien no se mueva para que no dejes de hacerlo.



Tenéis miedo a que duela.
Como si no fuera necesario ese dolor.
Como si fuera posible eso de pasar sin él.



Si seguís evitando la lluvia,
nadie vendrá a resguardaros bajo su paraguas.



N*

martes, 16 de diciembre de 2014

Cinema Paradiso


Existen torturas que escogemos voluntariamente.
Y yo te escogí a ti.
Te sigo escogiendo.

Una vez viví en una película de Hollywood,
aquello tuvo final feliz,
hasta que dejó de serlo.

No me asusta el fin de los finales,
sino la falta de los principios,
la confusión de argumentos,
la mala interpretación de la sinopsis.

Y estamos de película en película,
esperando que en 90 minutos,
120 como máximo,
tengamos claro que acabará por pasar.

Y luego presumimos de no querer saber,
de vivir al límite,
de lo bueno de la incertidumbre,
de los sueños que si se cuentan no se cumplen.

Pero no son pocos los que leen la última frase
de un libro antes de atreverse a sumergirse en él,
¿cómo podemos esperar que se metan en esto
cuándo el riesgo a la caída es cada vez mayor
y ya nadie sujeta una red bajo nosotros?

Y volviendo a eso de las torturas,
dime que me vas a llamar esta noche,
otra vez,
que yo te estoy esperando.
Ya dejo en la mesilla el alcohol
que cure luego las heridas.

No renuncio a la felicidad,
simplemente he dejado de buscarla
donde solía hacerlo.

N*

jueves, 11 de diciembre de 2014

Venda

"Una mañana me miré al espejo  y con la venda de los ojos me hice un lazo en el pelo; ahora estoy más guapa y menos ciega,
suele pasar según dicen"
Sara Búho 

Hoy no ha amanecido y todo porque ayer oscureció demasiado
y no me quito esta venda de los ojos
y sé lo que hay tras ella, que lo he visto,
un día hice trampa y miré sin que me vieran.
Y no me gustó lo que escondía.

Ahora engaño para que crean que vivo engañada
y no me importa que puedan decir.
He aprendido que los desastres son medicina
para un corazón que no deja de pensar
al ritmo de una cabeza que no para de latir.

Vamos ven, cógeme la mano que no veo por donde piso,
que quiero sentirte aquí, por unas horas,
que quiero que mañana amanezca, mañana sí.
Si quiere puede llover a cántaros, da igual.
Saldremos a mojarnos, empapados
pero sigue cogiéndome la mano.

Piénsatelo bien antes de quitarme la venda,
si no me gusta lo que veo
acabaré por recoger e irme.

Sigue mirándome así,
crees que no, pero te veo.
Y sigue pidiéndome que no deje yo de hacerlo,
que no deje de mirar.
No pienso cerrar los ojos nunca más.
N*

martes, 2 de diciembre de 2014

Heridas


"La isla del tesoro está rodeada   
por todas partes de piel" Irene X
 
Llovía el primero de diciembre
y yo auguraba un día de pleno sol para mí.
Jugar con fuego tiene la ventaja de que nos da calor,
pero siempre nos quemamos.

Cuando aquello que se supone bueno
te deja un sentimiento de vacío en el alma,
en el cuerpo incluso.
Cuando se acaba la hoguera
y las cenizas quedan, esparcidas.
Cuando el jarro de agua fría viene a despertarnos
de los sueños a los que nos gusta evadirnos por momentos.

A veces duele más la nada que la herida.
Y así vamos acumulando cicatrices
por miedo a dejar de sentir.
Señas de que estamos vivos,
jodidos, pero vivos.

Nos hemos convertido en auténticos maestros
del arte de fingir felicidad.

Felicidad embotellada, vendida a bajo precio,
un sucedáneo con efecto placebo
que consigue acallar por momentos
los monstruos que por las noches no nos dejan dormir.

Ahora recorro las calles en busca de sonrisas verdaderas,
de ojos que brillen buscando algo más allá de esta jungla de asfalto
que acaba por comerse a los débiles.
Valentías de contrabando enarbolando banderas en las que
nunca hemos creído, pero por las que nos hemos dejado llevar.

Camino sobre cristales rotos que me están sangrando las plantas de los pies
porque alguien, que soy yo misma, me prometió que al final de la tortura,
llegaría a ese paraíso en el que poder echarme en el suelo a dormir
sabiendo que habrá quién me tape cuando haga frío.
 
N*