Nunca olvidas la primera vez que pisas arenas movedizas,
y no por el miedo, sino por la adrenalina.
La ignorancia de quién no sabe lo que se le viene encima,
las olas que no te dejarán mantenerte en pie,
la resaca que te arrastra contra tu voluntad.
Y después ya viene la oscuridad.
Volver a respirar cuesta más cuanto más resistencias pongas
a dejarte llevar.
Quizá la supervivencia venga de la dejadez y las ganas de no seguir,
evitar resistirse al destino impuesto,
dejarse arrastrar por la corriente; y así, de repente,
sin saber cómo cuándo ni por qué,
sales a flote.
Si miras a tu mano, aquello que tienes agarrado,
aquello fue tu salvavidas.
Pensar con claridad no es fácil, pero la tormenta puede volver,
recoge los restos del naufragio, limpia
que parezca idílico, que aquí no ha pasado nada.
Cubre las heridas con gasas, con ropa,
que nadie descubra nunca
que a estas alturas ya estás completamente rota.
Juega a ganar, y oculta las derrotas tras la puerta,
tras esos ojos hinchados de dormir poco y llorar
demasiado.
Con los dos pies de nuevo en tierra firme
hay un momento en el que te sientes de nuevo más segura.
Pero no cantes victoria.
Volverás a caer.
Lo que no sabes es,
si la próxima vez,
encontrarás la manera de ponerte de nuevo en pie.
N*